Justo un mes después de esfumarse repentinamente de la escena pública, protagonizando la última desaparición misteriosa en un Gobierno nada acostumbrado a dar explicaciones cuando suceden estos episodios, Qin Gang (57 años), ministro de Exteriores de China, ha sido destituido.
Después de muchas especulaciones (desde una purga política hasta problemas de salud, pasando por líos de alcoba), ha sido la cadena estatal CCTV la que soltó por sorpresa el martes el abrupto anuncio: la cancillería de la segunda potencia mundial volverá a las manos de Wang Yi (69 años), el predecesor de Qin, que actualmente ocupa la dirección de la Comisión Central de Asuntos Exteriores, la figura que mueve realmente los hilos de la política exterior de Pekín, por encima del ministro.
En la capital del gigante asiático continúa el mutismo sobre las razones que están detrás de la destitución de Qin apenas ocho meses después de que fuera nombrado ministro de Exteriores por el propio presidente Xi Jinping.
Tampoco se sabe nada sobre su paradero. Fue visto en público por última vez cuando se reunió con altos diplomáticos de Rusia, Vietnam y Sri Lanka el 25 de junio. Después de esa fecha, no volvió a aparecer en la foto a pesar del maratón diplomático que han tenido los funcionarios chinos durante el mes de julio.
La decisión de cesar a Qin de su cargo la ha tomado este martes en una sesión especial el Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional (APN), un poderoso organismo que promulga y modifica leyes, que se reunió un día después de que lo hiciera el Politburó, el máximo órgano de mando. Los puestos del gabinete de China, como los ministros, son nominados por el primer ministro y luego son aprobados por la APN, lo equivalente al Parlamento. Pero la APN, integrada por alrededor de 3.000 diputados, tan solo se reúne una vez al año, habitualmente en marzo, y es el Comité Permanente el que tiene la tarea de tomar decisiones mientras tanto.
El reemplazo de Qin supone una noticia especialmente sensible en China debido al alto perfil que mantenía el ya ex ministro: era uno de los escuderos más fieles y – al menos hasta ahora – apreciados por Xi Jinping, con quien mantuvo un contacto muy cercano sobre todo durante la etapa de Qin (2014 a 2017) como jefe de protocolo diplomático. Era el hacedor de los discursos del presidente en los grandes foros internacionales.
Tuvo un ascenso meteórico al ser nombrado ministro de Exteriores y ascendido a miembro del Comité Central. Un año antes, el presidente lo envió a Estados Unidos como embajador en Washington en medio de las relaciones más tensas que se recuerdan entre las dos principales potencias mundiales. Cuando fue citado de nuevo por Pekín para ponerse al frente de la cancillería, los analistas coincidieron en que su nombramiento era un esfuerzo del Gobierno chino para tratar de estabilizar las relaciones con EEUU.
Cuando a principios de julio estallaron los primeros rumores sobre su desaparición, en medio de los últimos pasos para restaurar un regular diálogo con Washington y una ofensiva de simpatía en Europa, la portavoz de Exteriores Mao Ning soltó que su ausencia era por motivos de salud, aunque la declaración no figuró nunca en la transcripción diaria que hace el ministerio de las comparecencias de sus voceros. Es decir, nunca se hizo oficial. “Las actividades diplomáticas de China continúan como de costumbre”, dijo Mao hace unos sin negar las especulaciones sobre el destino del entonces todavía ministro.
Ahora, de la cartera Exteriores se vuelve a hacer cargo Wang Yi, quien pasó una década en el puesto y es uno de los hombres fuertes del Politburó, la élite de 24 miembros del PCCh. Wang es visto como un malabarista de las relaciones internacionales que mantiene buena sintonía con Rusia y que ha sido el principal artífice en los últimos meses del tímido acercamiento entre China y Estados Unidos.