Tal y como informamos hace días, India ha cambiado ya oficialmente de nombre. En la cena de gala que clausuró el domingo 10 la reunión del G-20 en Nueva Delhi, muchos de los asistentes se sorprendieron cuando en la cabecera de la mesa Droupadi Murmu aparecía como presidenta de Bharat, estrenando el nuevo nombre con el que desde ahora se conocerá a la India, el país con más habitantes del mundo, alrededor de 1.400 millones. El Parlamento de la también mayor democracia de los cinco continentes se reunió ayer en sesión plenaria especial para concederle reconocimiento oficial.
Las razones responden al rechazo del nombre de India, con el que fue bautizado el país por los ingleses durante su etapa colonial y que ha sido mantenido hasta ahora. El nombre que empezará a designar oficialmente al país en las Naciones Unidas y, por tanto, en toda la comunidad internacional donde obligará a todos los gobiernos amigos a modificar su ortografía, es de origen sánscrito y es 1.500 años anterior a Cristo.
No es ni mucho menos la primera nación que rechaza su nombre colonial. Algunos de esa época ya son historia olvidada, como Irán, antes Persia, Sri Lanka, antes Ceilán, Turquía, antes Imperio Otomano, o más reciente el de Burkina Faso, antes Alto Volta. Pero no todos los cambios responden al deseo de borrar la etapa colonial. En Europa, Chequia, derivado del nombre primitivo, Cesko, o la antigua Holanda, que acaba de dejar este nombre a una provincia del Estado que ha pasado a adoptar su definición geográfica: Países Bajos